Archive for junio 2010

Tengo a la muerte en casa

30 junio 2010

Ayer mi padre decidió venirse a vivir conmigo, al menos durante el mes de julio. Pasé una tarde muy angustiosa. La convivencia es siempre difícil, sobre todo si uno lleva lustros viviendo solo, como es mi caso; pero las dificultades crecen si ese nuevo inquilino aparte de habitar, se destruye delante de tus narices, día tras día. Hace tiempo que dejé de juzgarlo porque si yo estuviera en su lugar, haría lo mismo que él; razones no le faltan. Hay días en los que, para sobrevivir, necesitaría drogarme o beber hasta perder la consciencia. No lo hago porque ahogo mis penas nadando y rezando. Es Dios quien me sostiene, el que permite que, pese a todo lo vivido, siga viva. Sé que hay muchos que no creen en Él; yo, en cambio, no puedo dejar de hacerlo porque Él me salvó de la muerte y me sacó del infierno en el yo vivía.

Ayer la muerte estuvo en mi casa, quiso llevarme con ella, pero no pudo.  Aquí estoy estremecida y llena de contracturas, pero viva; no las tengo todas conmigo, empero. Ayer también supe que una amiga se iba este verano a NY. Sentí envidia, porque yo, en vez de visitar museos, contemplo cómo mis seres más queridos se fustigan y se arrancan cada día un pedacito más de carne.  Sólo les quedan los huesos y la mayoría están quebrantados, porque se los han ido también rompiendo uno a uno de suerte que van arrastrándose. Este verano, en vez de viajar, lucharé con rosas marchitas y hojas de ciruelo para que la muerte no me lleve con ella, porque no me toca todavía, aunque no sé si podré hacerle frente porque mi cuerpo, de tanto combatir, está también maltrecho y necesita descanso.   También ayer descubrí que el mes de agosto tendré, me guste o no, que abandonar esta casa. Vivamos el aquí y el ahora. Tal vez antes de que concluya el mes, todo se solucione y no tenga que trasladarme, después de todo.Tal vez una vez más se obre el milagro. No tengo adonde ir.  Una amiga me decía que todo cuanto me ocurría se debía a que mi vida estaba fluyendo y yo me alegro por ello, pero preferiría que por un tiempo se estancara. Sólo un poquito.

Reflexiones matinales

29 junio 2010

He dormido como un bebé y aunque siga estando un poco confusa he logrado esta mañana leer un poquito. Ya sabéis los que me conocéis un poco que padezco hiperactividad cognitiva y que ésta se me reactiva cuando me asaltan emociones intensas, ya sean positivas o negativas, lo que me impide descansar y carga mi pobre cabecita de ruidos y murmullos que me embarullan y me dificultan la comprensión de mi vida y me obligan, entre otras cosas, a postponer lecturas. He llegado a estar meses sin leer a causa de ella…, pero cada vez  reacciono con más rapidez ante su presencia y cada vez también me cuesta menos apaciguarla. Esta mañana, cuando desayunaba, he estado paladeando hermosas y sabias palabras, sabores, aventuras, nostalgias y, sobre todo, una belleza que me ha traspasado el alma. Estoy leyendo, o al menos tratando de leer, «Un pintor de Alejandría» de J. Jiménez Lozano. Ojalá algún día pudiera yo apresar tanta hermosura, tanta frescura en unas pocas líneas. Todo en este libro, hasta la portada— en la que aparece un liebre, sobre un alegre fondo verde, con unas clásicas «Ray-ban» de pasta negra— , es bello; todo.

Hoy tengo comida familiar: celebramos el cumpleaños de mi madre, esa mujer que me resulta, a un tiempo, ajena y cercana; esa mujer de la que  llevo toda la vida huyendo y a la que no deseo sino abrazar, pero con la que, a fecha de hoy, no puedo convivir. No entiende mi vida como yo tampoco entendía la suya hasta que un día empecé a bucear en sus adentros y me puse sus vestidos y así, vestida como ella, y con unos pendientes que me regaló, heredados de mi abuela, reflexioné sobre los avatares de su existencia, sobre sus carencias, sus miedos, sus deseos, sus frustraciones…, y lo vi todo claro y comprendí. Sé que el entendimiento no es mutuo y sé también que durante un tiempo, que espero no dure mucho, estaré alejada de ella, pero hoy estoy contenta porque cumple años, porque está viva y sigue ahí dando guerra ¡Cuánto me parezco a ella!

P.D.: El libro de Jiménez Lozano está en Ediciones Encuentro.

Alma de artista

26 junio 2010

Tan pronto vacié las bolsas del coche, me puse manos a la obra. Había tanto que hacer que no sabía por dónde empezar. Me fui a la ciudad más pronto de lo habitual y llegué pasadas las ocho y media de la tarde, cuando se estaba jugando el famoso partido entre España y Chile. Llamé a un amigo, charlé unos minutos con él y me insistió en que en vez de tanto trajinar, debería trabajar; se refería a la escritura. No quise entrenerlo y omití el hecho de que ayer estuve plantada frente al portátil desde las cuatro y media de la mañana y luego, por la noche, por culpa del insomnio, volví al ataque de suerte que esta madrugada me he ventilado un relato, al que quizá sólo le falten unos retoques. Me alegró, no obstante, que valorara mis esfuerzos y que me animara a seguir escribiendo. Pensé entonces en él y en su faceta como artista, ésa que parece desconocer y que a ratos ignora. Su destreza nada tiene que ver con las palabras, sino que abarca otras materias, a las que, me da la impresión, tiene un poco abandonadas. Sin embargo, necesita expresarse tanto o más que yo y el reprimir esas emociones le está haciendo daño. Me recuerda a mí cuando ocultaba a todos mi condición de escritora; sólo un par de personas lo sabían hasta que un día, como ya conté en este blog, decidí salir del armario y ser, para variar, quien era. Ojalá que él también se tomase su trabajo más en serio. Ojalá pintase y esculpiese sin descanso, porque sólo así alcanzaría esa paz que ahora se le escapa y sería quien realmente es. Él es sin ser y, claro, así no se puede. No me extrañaría que la decepción aderezada de incomprensión le hubieran arrebatado la fe en sí mismo. Si pudiera verse como yo le veo… Es tal su talento que asoma en cada rincón de su hogar, en los resquicios del alma que logro poco a poco atisbar y en esas manos fuertes y hermosas creadas por y para la belleza. Si él pudiera verse, aunque sólo fuese por unos instantes…

Sobresaltos

25 junio 2010

Me he despertado sobresaltada a eso de las cuatro de la madrugada. Una pesadilla se ha colado en mis sueños. Recuerdo que compraba sin parar en un centro comercial neoyorquino. Tenía dudas con respecto a una prenda y le consulté a C. Su respuesta, fuera la que fuera, me desconcertó. Al tiempo, la noche era calurosa, al menos en mi dormitorio. He cambiado de postura, pero he preferido levantarme y abrir puertas y ventanas. He salido al jardín a aspirar la noche y, sobre todo, el silencio, que últimamente se está convirtiendo, al menos en este vecindario, en un bien escaso.

Los ruidos de los vecinos, a los que se añaden los de los veraneantes, son pavorosos. A primera hora de la mañana, parece pasar, junto a mi ventana, la M-30 y suele, además, haber carga y descarga. Esto más que una urbanización, es un polígono industrial. Estoy empezando a cambiar de hábitos. Ahora me meto en la cama más temprano, porque me guste o no amanezco pronto. El día que haga obras en la casa, las reservaré para el verano y rodearé la parcela de hormigoneras, una para el laborioso vecino que se pasa el día segando el césped y otro para los de los portazos y las furgonetas. Hogar, dulce hogar.

P.D.: Hace unos días un amigo de la familia que es constructor vino a hacer un diagnóstico de los males que aquejaban la vivienda. Llegó con una libreta y un bolígrafo. Al final de la «tournée», llegó el veredicto, el temido veredicto. Salía más rentable tirarla y edificar una nueva casa que restaurarla. Al principio, me dio pena, pero tal vez éste pueda ser el comienzo de una nueva vida. Las reformas se acometerán cuanto toque la lotería o cuando su actual moradora gane algún premio literario.

Noche de San Juan

24 junio 2010

Amanecí ayer en tal estado que ni me sentía capaz de levantarme de la cama. Un nuevo obstáculo se había interpuesto en mi camino, pero para éste ya no  encontraba fuerzas. No podía rehuirlo porque hacerlo suponía cercenarme una parte de mi vida.No podía afrontarlo tampoco: me daba vértigo sólo de pensarlo  y, lo peor, no sabía ya de dónde sacar los bríos necesarios para vencer al que es probable que sea el último, o quizás el penúltimo, de esa larga lista de asuntos pendientes que he ido postponiendo a lo largo de los años. Estaba agotada, acalorada, había mal comido y sentía cómo mis demonios tiraban de mí, como si quisieran ahogarme y desprenderme de  esa esperanza a la que llevo tiempo adherida. Se me ocurrió entonces llamar a un amigo que vive en un pueblo cercano a la ciudad, en una casa preciosa, en la que uno, si quisiera, podría vivir mil aventuras.  Fue entrar en ella y el espíritu comenzó a aligerarse.  Nos sentamos fuera, bajo un pruno, en una preciosa mesa de piedra con dos latas heladas de cerveza holandesa. Al rato, la música me obligó a abandonar mi asiento y a bailar para tal vez expulsar esos malos espíritus que habían logrado acorralarme; los perros, excitados, bailaban alrededor mío y mi anfitrión no salía de su asombro. Como remate, solté un grito, o más bien un alarido, que me salió de las entrañas, del dolor, del miedo, de la frustración, y que acabó  liberándome del todo. Estuve tentada de tirarme a la piscina… Pasamos al interior y mientas I. hablaba por teléfono, me recosté en un sofá, me tapé con una colorida manta y cerré los ojos. La música me ayudó a relajarme: una guitarra emítía hermosos gemidos al tiempo que oía sus palabras, sus idas y venidas, como entre sueños. Hubiera deseado prolongar ese momento eternamente: el sosiego y la belleza me envolvían como aquella manta. Oí sus pasos más cercanos y su voz: ya no hablaba por teléfono; se dirigía a mí. Abrí los ojos y me incorporé un poco: la pizza estaba lista, pero no tenía hambre porque poco antes me había saciado con un bocadillo de tortilla. Seguí tumbada y me ladeé para poder hablar con él; comía y yo le miraba, acurrucada, desde ese sofá del que nunca me hubiera levantado. Salimos en busca de hogueras; no llegamos a encontrarlas. Al final sin apenas resuello, mi  acompañante caminaba a un ritmo vertiginoso, recalamos en un bar. De camino al coche, I. señaló a la luna. La miré con una sonrisa, él no se había percatado de  que ella también nos sonreía. Me volví a casa con un trozo de pizza, que devoré tan pronto entré por puerta, y con una docena de huevos de corral. Sé que anoche la luna me embrujó.

P.D.:   Gracias a la intercesión y generosidad de Ernesto, he recibido el «Premio Dardo y Blog de Oro». Adjunto una copia del diploma acreditativo. Huelga decir que este reconocimiento es para todos ¡Enhorabuena, pues!

Éxito y fracaso

22 junio 2010

Hoy no he amanecido llorando. Sigo triste y apenas puedo concentrarme en nada. He tratado de leer sin éxito y ni siquiera me atrevo a revisar relatos por miedo a deprimirme aún más. Ahora todos me parecen espantosos y mi escritura, lejos de gustarme, me horroriza; es como si en unas semanas me hubieran arrebatado el talento. Tenía, además, pensado presentarme a un concurso. El tiempo va echándose encima y ni surgen ideas ni ganas de buscarlas. No importa, acumulo ya muchos relatos y parece que entre los premios y yo suele haber poca química, aunque hace unas semanas volviera a presentarme a otros dos. Me quejo, pero, al final, sigo adelante y, pese a mis recelos y a mis enfados, continúo dirigiéndome a editoriales. Como estos días he andado un poco revuelta, he cometido un desliz. Escribí a unos editores para hablarles de un proyecto que había puesto en marcha hace unos meses. En el correo electrónico mencioné las bondades de otra editorial, con nombre y apellidos, que nada tenía que ver con ellos. Un desastre. Lo peor: me he enterado por éstos de mi descuido.

He abierto mi libreta mágica y me he encontrado con estas palabras de O. Wilde:

Ahora que estoy sentado aquí y miro hacia atrás, me doy cuenta de que he vivido la vida completa que necesita el artista: he tenido un gran éxito, he tenido un gran fracaso. He aprendido el gran valor de ambas cosas; ya sé que el fracaso significa más, siempre debe significar más, que el éxito ¿Por qué he de quejarme entonces?

Wilde saboreó el éxito aunque muriera en la pobreza y abandonado por todos, excepto por Dios, a quien dirigirió sus últimos alientos. Yo, en cambio, sólo he conocido el fracaso. Supongo que, al contrario que el escritor británico, que desde sus inicios se codeó con la fama, algún día paladearé el éxito tras haber amontonado un sinfín de reveses que, ciertamente, en vez de debilitarme me han robustecido y me han regalado una pizca de paciencia y de sensatez. Es cierto: todo ocurre para nuestro bien, aunque, a ratos, me entren ganas de emprenderla contra las paredes.

P.D.:  La semana pasada aporreé con rabia la puerta de la cocina. Resultado: ayer me vendaron la muñeca derecha  y me diagnosticaron una ligera tendinitis. Me lo tengo merecido, por bruta. Rectifico: la sensatez adquirida no llega siquiera a una pizca.


Lloros

21 junio 2010

Llevo unos días en los que tan pronto me despierto rompo a llorar. Lloro mientras me preparo el desayuno, lloro mientras desayuno (antes siempre leía), lloro al recoger los cacharros, al hacer la cama o limpiar el baño. Lloro en la ducha, lloro cuando voy en el coche y en los semáforos, para que no me vean, bajo la mirada. Lloro por la calle, lloro al hablar por teléfono, lloro en el supermercado. Había aprendido a convivir con la soledad, a aceptarla, pero ciertos acontecimientos han disparado mis deseos de amar y de ser amada. Hablo de un hombre, si es que todavía queda alguno —a estas edades todos están muy perjudicados— del que enamorarme y que, a su vez, se enamore de mí. Cada día voy bajando más y más el listón. Sólo pido que sepa comportarse, que no sea ni alcohólico ni drogadicto , que no padezca ninguna enfermedad mental seria —  toleraría algún tipo de trastorno, siempre y cuando estuviera bajo control médico— y que tenga unos valores similares a los míos, porque de lo contrario estaríamos abocados al fracaso. Entretanto, seguiré llorando.

P.D.: En medio de las lágrimas, ha aparecido S. con un montón de rosas y de margaritas gigantes. Las hemos estado distribuyendo por la casa e incluso me  ha plantado una en el jardín. En cuanto se ha ido, he retomado el llanto.

Men at work

19 junio 2010

Pensaba el otro día en mis años juveniles, especialmente los de los 16 y 17. Me acuerdo de J., del que estaba locamente enamorada, de su vespa roja, sus polos de Lacoste, sus Levi’s (lucía los vaqueros como nadie), de aquel bar oscuro en el que nos pasábamos las horas, siempre en el rincón, al final de la barra, junto a la cabina del pinchadiscos, porque entonces no había más que vinilo. Solía beber coca-colas, pero de vez en cuando compartía con una amiga una ginebra con limón que nos duraba toda la tarde y de la yo apenas daba unos sorbitos. Era la más joven del grupo y se reían de mi ingenuidad, de mi intolerancia al alcohol, de mi pacatería. Mi colonia , por aquel entonces, era Anaïs Anaïs de Cacharel. Recuerdo su tapón plateado y su frasco floreado. A J., en vez de embriagarle sus efluvios, le mareaban o al menos eso decía. Intuyo que no le disgustaban, pero disfrutaba fastidiándome; años más tarde descubriría que yo también le gustaba un poquito, aunque pareciera más bien odiarme. Íbamos de vez en cuando al bar del Parque de bomberos, porque allí los vinos y los cubatas, aunque pidiéramos medios, salían más baratos. A mí me daba igual ir a un sitio u a otro: lo único que anhelaba era que J. me llevara en su vespa roja para estar pegadita a él y abrazarlo a mis anchas.  Con el tiempo, me acabó confesando que cada vez que me veía aparecer con mi minifalda vaquera se volvía loco  y eso que  entonces se mostraban, a lo sumo, las rodillas. Lo disimulaba bien: no hacía sino ignorarme. Me la ponía con jerséis de algodón de colores: recuerdo uno rojo y otro naranja y creo que ambos llevaban un Snoopy en la pechera. A veces me enrollaba un «foulard» azulón sobre la frente que luego serpenteba por mis largos cabellos castaños formando una especie de trenza. Creíamos saberlo todo, aunque no supiéramos nada, de ahí que aparte de risas, hubiera muchos silencios, como si el mantener el semblante taciturno y pensativo fuera a hacernos parecer mayores. A mi esa pose me costaba mucho: no callaba ni bajo el agua y, además, se me daba mal fingir; las apariencias, y también la destrucción, vendrían después. Tan pronto J. cumplió los 18, se compró un coche rojo; era pequeño, cuadradito, puede que un fiat.  En cuanto llegaba a la zona que solíamos frecuentar, buscaba con ansiedad su coche, como antes había hecho con su moto.

P.D.: El año pasado, por estas fechas, me crucé con él. Yo llevaba una pamela enorme, de paja anaranjada y con un diseño bastante atrevido; miró el sombrero, luego me miró a los ojos y sonrió. Estaba tan guapo como siempre y las canas lo hacían aún más atractivo.

Recuerdo a Radio Futura y a un montón de grupos más. Pero si hubiera una canción que pudiera condensar aquellos años sería «Land down over» de Men at work.

Luz en la noche

18 junio 2010

Anteayer, mientras me acercaba al coche, pasadas las diez y media de la noche, estuve caminando por el centro de la ciudad. Me extrañó que estuviese vacío;  supongo que el tiempo no acompañaba: no creo que llegáramos a los 10 grados y eso en junio, hasta aquí, resulta un poco exagerado. Era como si por una noche las calles me pertenecieran. Pasé por iglesias, museos y callejuelas, aquellas mismas que mostré a C. durante su estancia. Me  parecieron excepcionalmente bellas y por unos instantes esa belleza, que tantas veces no he querido ver, me invadió de arriba abajo y conforme paseaba, me sentí en un lugar nuevo: era el mismo de siempre, el que me vio nacer y, sin embargo, era diferente. Mi mirada había cambiado y veía por vez primera una ciudad que me resultaba familiar y, a la par, ajena. Cada fachada, cada calleja, cada rincón tenían una luz nueva. Era como si Dios hubiera querido regalarme, después de un día de lágrimas, aquella noche y él mismo se hubiera encargado de iluminarla para que todo esplendiera, para demostrarme que junto a Él  todas y cada una de las cosas adquieren una belleza singular, inigualable, y que hasta lo deslucido, con esa pátina divina, refulge al punto de estremecer. Hubiera  prolongado el paseo hasta la medianoche, pero estaba resfriada.

Ilusiones perdidas

17 junio 2010

Como ya he comentado aquí en alguna ocasión, viví durante largos años en las  tinieblas. Fueron años llenos de desespero, de destrucción, en los que hasta la esperanza huyó despavorida; la espeluznó el panorama y, además, yo no hacía sino espantarla con mis malos modos, con mis patadas y puñetazos. El mundo que me rodeaba me resultaba tan hostil que no podía sino huir en busca de un refugio que me cobijara y que, de paso, me proporcionara un puñado de excusas para no afrontar la vida porque ésta se me antojaba insufrible. Un buen día, sin embargo, decidí tomar las riendas, pero ya no sabía cómo manejarlas; lo había olvidado y tuve que aprender de nuevo, empezar de cero. Mereció la pena, pese a que a ratos el dolor me rasgase el alma; era, por añadidura,  un dolor salvaje, violento, cruel y no había forma de domeñarlo, pero fue poco a poco  atenuándose, suavizándose y sus embestidas ya no me dejaban cicatrices, como antaño. Ahora, incluso durante los días malos, la luz siempre brilla, aunque a ratos no la vea, y hoy mismo, aunque casi no ha parado de llover y el cielo haya estado encapotado, ha permanecido encendida y aquí la tengo junto a mí, chisporreteando y susurrándome palabras de amor porque sabe que me siento sola y que esta soledad mía está empezando a socavarme y no quisiera que mis cimientos volvieran a tambalearse. No importa que de nuevo toquen lágrimas.  Se me ha ido una ilusión, en la que sin quererlo había puesto algunos sueños. Surgirá otra, la verdadera, la que a mí me toca, y no esas imaginarias que me fabrico para hacer la soledad más llevadera, pero habrá, como siempre, que seguir esperando, y aceptar la espera. Sigue lloviendo: el sol me acaricia mientras lloro y eso que ya hace unas horas que anocheció. Conforme entraba en casa, he mirado hacia arriba y he visto a la luna guiñarme un ojo.