Decaimiento

12 septiembre 2023

Los días se acortan, las hojas se pliegan y el dorado comienza a ser la nota dominante de los escenarios; la luz decae pero se tiñe de purpurina y cuando incide dora la vida y hasta la endulza como higos, uvas y membrillos. Y en estos días todo resplandece y se sabe que lo que ha de venir será necesariamente bello y honesto, pues se abrirá paso entre los fardos de mentiras que en este mundo atesoramos; amontonamos falacias y riquezas por creer que el peculio resuelve afanes, aunque los acontecimientos muestren todo el rato nuestro escaso dominio. Todo se nos escapa y las apariencias que tanto cultivamos acaban traicionándonos, pero seguimos aferrándonos a impolutas fachadas que en nada reflejan el acontecer diario que a ratos es duro como el pedernal, aunque finjamos estar vacacionando o disfrutando de suculentos manjares, como hacemos en Instagram.

Nada permanece, ni siquiera los paisajes que se disponen para esa gran decadencia que es el otoño y que yo, tal vez por ser un poco decadente, adoro con todo mi ser, pues ninguna estación compite en belleza con ese dejarse uno morir, sin rechistar, para luego comenzar a renacer durante ya los rigores invernales, antes de la explosión primaveral. En estos días dorados, en los que las lluvias empapan los senderos, todo se saborea más pues se intuye que en estos meses se decidirá nuestro destino más inmediato, el que nos ponga del revés para regalarnos un nuevo resurgir. Los renacimientos sólo acontecen cuando uno consiente en transitar por donde quisiera no ir, por esos caminos angostos que tanto pavor infunden; dejarse conducir por la extrañeza de lo desconocido es la única forma de emprender nuevos propósitos, de embadurnarse de esa inocencia que hemos ido dejando en el camino a cuenta de encarar vicisitudes y también de ese alborozo que escolta a todo comienzo aunque, en este caso, implique un cierto «decaimiento».

Zambullida’s Podcast

25 septiembre 2022

Los días se acortan, pero se sigue laborando porque las horas cunden poco cuando uno se zambulle en nuevos proyectos. En mi caso, ha sido un podcast, mi podcast —el único que poseo y el único que, de momento, deseo poseer—, Zambullida’s Podcast que anoche, por vez primera, salió a las ondas para surcar este océano que es Internet y para conocer también otros mundos, tal y como le sucedió a este humilde blog hace ya más de una década. Y ha sido un proceso muy arduo en el que se han entremezclado problemas técnicos con una constante sucesión de faringitis que me impedían grabar ese primer episodio, cuyo texto había pergeñado yo con muchos esfuerzos, tal vez por tratarse de un formato desconocido o quizás por esa obcecación mía por la belleza que hace que persiga la excelencia en todos mis propósitos. De hecho, estaba prevista su publicación, por abordar este primer episodio la vuelta al cole, entre otras cosas, para comienzos de septiembre, pero la vida me llevó por otros derroteros que hube de aceptar un poco a regañadientes. Ayer mismo, por la mañana, lloraba desconsolada pensando en la imposibilidad de publicarlo antes de octubre por tantos obstáculos como he tenido que sortear en las últimas semanas y que hasta el último momento se han obcecado en importunarme. Aquí está, recién parido, este primer episodio de este Podcast que espero mimar tanto como en su día hice con este espacio. Aquí lo dejo a disposición de todos. Añado que lo podéis encontrar, de momento, en Spotify, Anchor y en Apple Podcasts. Nos vemos en la estratosfera, pues.

P.D.: La bellísima portada del podcast me la elaboró con mucho cariño mi querida Bypils. 

Sapiencia

20 julio 2022

Regreso a este lugar tras meses de ausencia, buscando una solución a mi dispersión mental. La canícula embarulla las neuronas: apenas se discierne, las perspectivas resultan tenebrosas y hasta la esperanza se ausenta porque se sabe que las calenturas seguirán decorando este verano insólito que ya despuntó en primavera, cuando tocaban templanzas. Y esas mesuras escasean aquí y allá: se percibe gran crispación en todos los rincones de este vivir nuestro y hasta en las series de ficción, el caos lo inunda todo, sin apenas espacio para lo ordinario, para ese existir diario con sus deliciosas naderías. Es como si la sabiduría fuese privilegio de unos pocos y no tanto por afán de estos «minisabios» de acaparar la sapiencia, como por la voluntad de renunciar a ella por parte de una extensísima mayoría. Porque, claro, si se asumen modos más fructíferos de emprender las cosas, nuestras malas maneras quedarán al descubierto y ya se sabe que cuanto desnude las vergüenzas es negado y combatido. Y, así, vivimos en una época en la que nadie sabe ni quien es ni quien desea ser y la confusión de identidades crea un panorama infernal en el que unos pisotean a otros por el mero hecho de ser y también de reflexionar; ni el discernimiento ni mucho menos la tolerancia o la disconformidad hallan lugar. Para sobrevivir, han de acatarse los dictámenes de las masas, que son desmontados en un plis plas con con un mero argumentacillo, pues el raciocinio, pese a los pesares, sigue laborando. Tiempos difíciles para la cordura por las elevadas temperaturas y también por esa abundancia de eslóganes que se adoptan para no cavilar; pensar por uno mismo es una rareza que suele, además, ser penalizada. Malos tiempos, pues, aunque algunos sigamos viviendo, dentro de estas extrañezas, con cordura, aferrándonos a cuanto es bueno, bello y verdadero. Nadie, en cualquier caso, nos va a robar la eternidad en la que ya moramos sin quizás saberlo; una vez que se descubre esa certeza, todo se acaba acomodando, aunque duela, aunque en apariencia esté desprovisto de sentido; todo, absolutamente todo está dotado de significación y ésa, y no otra, es la única realidad. Y, así, claro sí se puede existir.

Instantes y Momentos

20 abril 2022

Y llegó la Resurrección y, con ella, la esperanza en un porvenir despojado de quebraderos de cabeza y atestado de horas de fructífero trabajo; para mí la dicha equivale a laborar, a batirme el cobre para diseñar nuevas metas y alcanzar también aquellas que se han ido abandonando en el sendero, que a veces no es ancho y venturoso, sino estrecho y farragoso. Las dificultades no han de encoger las miras, no han de hacerlo so riesgo de perder el norte y sumergirnos en fangos en los que todo lastra y nada procede. Hemos de preservar el oremus como a las niñas de los ojos; sólo así se alcanzarán dichas postpuestas por los atrasos que a veces nos impone el guión de la vida. Estoy, además, cansada de postergar lo inevitable, de vivir a merced de demasiados asuntos que no me competen, de temer que suceda esto o lo otro. Los funestos miedos frenan más que mil caballos juntos en medio del camino; hay que maniobrar con holgura, sin concebir errores o fracasos, que son los verdaderos oponentes; a su lado, los supuestos enemigos carecen por completo de calado. Pido, por ello, valentía, pues del arrojo saldrán esperanzas y uno, de forma inevitable, se pondrá en movimiento y dejará de postponer lo impostergable. No albergo, sin embargo, arrepentimientos porque todo tiene su tiempo y porque la mirada ha de estar muy abierta para vislumbrar las metas y zambullirse de lleno en este momento que ahora mismo acontece; los objetivos se labran día a día, momento a momento. El porvenir estará baldío sin estos pequeños momentos, sin ese vivir cada modesto instante.

Pestilencia

16 marzo 2022

Pasa el tiempo con tanta rapidez que apenas se palpan los días, siendo yo muy de minutos y de convertir cada instante en un acontecimiento para hacer o no hacer, porque en la holganza halla también uno provecho. De hecho, no hay horas más fructíferas que las destinadas a la contemplación de la vida: el repiqueteo de la lluvia en los cristales, el agitarse una rama florida o esas brisas cálidas que regalan estos meses locos en los que tan pronto llueven arenas desérticas como rayos y truenos. Añoro el campo, el vivir en un aislamiento absoluto en medio de esas nadas que a mí me llenan de todo y que ahora están tapizadas de verdes y anhelos. El vivir inmersa en la naturaleza es un gran privilegio que echo de menos. Me recuerdo sumida en paseos, lecturas y escritos y en una completa soledad apenas interrumpida por mis visitas al carnicero o a la tienda de ultramarinos. Ese estar a solas con el silencio nutría, aceraba los sentidos y la percepción de la realidad, especialmente de lo bello. No había detalle, por nimio que pareciese, que no destilase belleza y entre hermosuras, a veces muy banales, como un puñado de alcachofas desperdigadas por un plato de loza, transcurrían mis benditas horas. Nada o casi nada precisaba. Era una vida espiritualmente tan abundante que esa contemplación consumía una buena parte de mi tiempo y a veces me zambullía en tremendos éxtasis; tanta maravilla me llenaba de un sosiego que aquí, en las urbes, resulta difícil de hallarse. Sé que algún día regresaré al campo, a esa vida sustanciosa que en las ciudades resulta tan anodina e insípida, a ese observar cómo las estaciones van cada día sembrando su huella, engalanando con hermosura y dicha y dotando al vivir de una enjundia que no frecuento en esas ciudades, que aun acicaladas, me resultan insulsas, ruidosas y pestilentes.

Latitudes

14 febrero 2022

Los días se alargan y brindan horas soleadas en las que se ausenta el miedo; los azules inflan el espíritu de belleza y de hermosos deseos. Atrás quedan las zozobras y ese sentirse un poco a merced de vientos ajenos que ondean al socaire de viejas disputas y de un buen fajo de frustraciones. Al final, yo orquesto mis emociones para que todo me acabe nutriendo. Y es por ello que no puedo evitar sino sentirme amada por esos firmamentos que surcan el mundo de azul, por esas tareas del día a día que me abruman con sosiego y por cuanto atesoro en mi pequeño cielo. Y, gracias a ello, aquellas incertidumbres que me daban miedo han cedido su asiento a esa certeza que me susurra que todo es bello, que cuanto acontece está provisto de significado y que esas significaciones irán desvelándome metas que aún ni conozco ni poseo. Todo está, por tanto, bien hecho. Nada obedece al buen tuntún, sino a esas razones poderosas en las que poco a poco voy zambulléndome. El saber que el azar no domina el existir es un descanso y también un regalo. El saberse apoyado por el raciocinio, aun cuando la realidad adquiera a ratos tintes surrealistas, es un consuelo y un acicate para seguir confiando. Esperar y confiar a un tiempo es reconfortante y bello. Y en estas latitudes son en las que ahora yo me hallo con sorpresa y también con agradecimiento ¡Feliz San Valentín!

Organizar

27 enero 2022

Escribir es organizar, hallar prioridades y descartar también las sobras que en ocasiones se atesoran como piedras preciosas. Lo único precioso es el silencio y también el orden que se encuentra en medio de la quietud, donde el alma se esponja y la mente se recompone. Ese silencio que tantos repudian y enmascaran con ruidos de toda índole es uno de mis bienes más preciados; el descansar en la “nada”, en ese no escucharse más que a uno mismo, es más fructífero que mil charlas. Y sí: los desahogos también convienen, pero el mucho explayarse conduce a la obsesión por cuanto nos acontece; el parloteo con unos y otros acaba magnificando las cosas y otorgándolas significados inexistentes. Y a mí en la inexistencia no me gusta residir; prefiero siempre existir y, para hacerlo, preciso de larguísimos ratos de silencio, de imbuirme de esa paz que nos circunda a diario pero que con tanto quehacer y estímulo tecnológico acabamos expulsando de malos modos. Regreso, pues, a la paz, al no barruntar las cosas innecesarias para centrarme en lo estrictamente necesario que es calma, es resuello, es soledad y es también belleza.

Ausencias

26 diciembre 2021

Y recalo aquí tras meses de ausencias ocasionadas por líos varios. Y se ha echado en falta este lugar, pero la vorágine del día a día ha acabado engulléndome. Pretendo que esto no vuelva a suceder; adoro perseverar en cuanto emprendo; ese persistir me infunde ánimos para codiciar otras metas. Soy, como suelo, doña Proyectos, ando inmersa en esto o aquello y trato de que nada me aparte de mis anhelos, aun cuando ello implique bregar y enderezar el sendero. Cuanto más arraigados están los temores, más necesarios son los arrestos; la valentía no es más que acometer cuanto te hace tiritar. Los temblores son un buen indicador: somos vulnerables, finitos y, en consecuencia, humanos, por un lado, y tememos, con frecuencia, aquello que más conviene a nuestros intereses. Y a mí me asusta más no luchar por lo mío que esos virus que por ahí circulan. De lo mío sí soy yo responsable, de las pandemias uno no se puede librar, sólo encararlas con altas dosis de optimismo, buscando también el lado positivo. Cuanto acontece nos está susurrando aquello que no hemos querido escuchar durante demasiado tiempo: la vida es y será siempre incertidumbre, y ha sido así desde tiempo inmemorial. Tan pronto nos visitan las bonanzas, creemos recuperar ese control del que jamás hemos disfrutado. Las ausencias de certezas nos refrescan la memoria de lo que de veras somos. Y nada trae más paz que vivir en la verdad, sobre todo si esa verdad es aceptada en su integridad. Agradezco, por tanto, las ausencias que me recuerdan cada día mi bendita debilidad y aceptándola, transformo lo endeble en fortaleza.

Decisiones

18 octubre 2021

Y llevo semanas dudando y decidiendo una cosa y también la contraria y extraviando el sentido y cayendo a menudo en el desvarío. Pareciera que por adoptar una u otra propuesta fuese el mundo a desplomarse, pareciera que me fuese a privar para siempre de toda suerte de oportunidades y claro, ante semejante panorama, opto por escoger ambas disyuntivas y regreso, por ello, al agotamiento físico y moral. No hay decisiones acertadas ni desacertadas, sólo opciones que acoger con más o menos entusiasmo. No hay tampoco equivocaciones: cualquier sendero es bueno si uno se abraza a él; llegado el caso, además, se puede uno desapegar y regresar al punto inicial o escoger un plan C, que puede ser tanto o más interesante que la suma de A y B. Es, además, una decisión que llevo conmigo desde hace ya varios años, pero con la que no consigo reconciliarme. Y hay miedo, claro, o tal vez no lo haya y me lo invente para así decidir en contra del plan A o del plan B, que tengo ya tal jaleo que, sin querer, los entremezclo ¿Y si fuera bueno entremezclarnos? La experiencia me dice que no es posible, pues el desgaste de energía sería de tal calibre que enfermaría y, de hecho, ya he enfermado por ello y estoy algo pachucha. Los virus atacan cuando las defensas flaquean tras las aceradas embestidas que se gasta conmigo el estrés, mi peor enemigo, el que me pone del revés, el que me hace llorar y llorar y me sume en la impotencia ¿Qué hacer, pues? Hacer, hacer y hacer; no dejarse llevar sino coger las riendas para enderezar el rumbo, porque hasta la fecha el dejar que los acontecimientos decidan por mí me ha costado muy caro. Y son, claro, decisiones vitales pero tal vez no lo sean tanto o al menos no deberían ocupar tanto espacio, pero es que se trata de lo que voy a hacer en un período de al menos 12 meses, a lo que voy a entregarme en alma y cuerpo porque las medias tintas y yo estamos enemistadas. Y a lo mejor es una cuestión de grises y de medianías, a lo mejor es eso. A lo mejor hace falta un poco de esto y de aquello, pero no: en mi caso, no es posible; me entrego a todo con cuanto soy porque la pasión siempre me gana. Si a lo largo del día de hoy pudiera finalmente dejar de temer el dejar una de las dos opciones de lado, respiraría, dormiría y quizá podría de una vez embarcarme en algo definitivo o semidefinitivo, porque en esta vida todo se puede venir abajo en un pis pas. Sólo pido cordura, a nada más aspiro al menos en el día de hoy.

Conformidad

24 agosto 2021

Las hojas secas ya se arremolinan en calles y plazas y la exuberancia que trajo la primavera va dando paso al otoño poquito a poco. Los calores, aun intensos, no se sufren como antes y esa muerte que cada año nos deseca va ganando terreno, aunque se siga respirando y anhelando y confiando en un porvernir más venturoso. Me han sepultado en los últimos meses toneladas de envidia; la forma de odio más letal y, al tiempo, más refinada por la que el ser humano es capaz de todo. Las zancadillas abundan, pero también se descubre que antiguos “envidiadores” han recibido el mismo castigo que en su día infligieron a otros. Creemos erróneamente que nuestras maldades no tendrán consecuencias y que, con tal de humillar al prójimo, saldremos victoriosos. No es victoria, sino derrota y más pronto que tarde se acaba pagando por ello, pues ninguna tropelía queda exenta de sanciones. Curiosamente, se habla de los celos como un mal ajeno que nada tuviese que ver con nosotros, cuando sí lo hace. Tiendo a rebuscar el bien en los demás; llevo, empero, una extensa temporada en la que no me topo sino con muchedumbres de males. Anhelo bondades porque la toxicidad se extiende como una marea negra que todo lo engangrena. Pero uno puede, si así lo desea, abstenerse de podredumbres y ponzoñas y afanarse en la consecución de sueños. Codiciamos cuanto hemos descuidado, aquello a lo que por decisión propia hemos un poco renunciado. Sin olvidar, la materia, los dichosos dineros, a los que probablemente no podamos acceder, al menos de forma inmediata, pero sí poner los medios para alcanzarlos, aunque sea a largo plazo. De todos modos: se ambicionan más el éxito y las cualidades que las riquezas; hacer balance de nuestros pequeños triunfos y virtudes ayudará a enmendar el sendero y a llegar a una conformidad con nuestra existencia, con quien somos y seremos si le ponemos pronto remedio. Añoro un mundo más bello que no sé siquiera si existirá; aun así lo añoro y cuando lo añoro, lloro.