Regreso a este lugar tras meses de ausencia, buscando una solución a mi dispersión mental. La canícula embarulla las neuronas: apenas se discierne, las perspectivas resultan tenebrosas y hasta la esperanza se ausenta porque se sabe que las calenturas seguirán decorando este verano insólito que ya despuntó en primavera, cuando tocaban templanzas. Y esas mesuras escasean aquí y allá: se percibe gran crispación en todos los rincones de este vivir nuestro y hasta en las series de ficción, el caos lo inunda todo, sin apenas espacio para lo ordinario, para ese existir diario con sus deliciosas naderías. Es como si la sabiduría fuese privilegio de unos pocos y no tanto por afán de estos «minisabios» de acaparar la sapiencia, como por la voluntad de renunciar a ella por parte de una extensísima mayoría. Porque, claro, si se asumen modos más fructíferos de emprender las cosas, nuestras malas maneras quedarán al descubierto y ya se sabe que cuanto desnude las vergüenzas es negado y combatido. Y, así, vivimos en una época en la que nadie sabe ni quien es ni quien desea ser y la confusión de identidades crea un panorama infernal en el que unos pisotean a otros por el mero hecho de ser y también de reflexionar; ni el discernimiento ni mucho menos la tolerancia o la disconformidad hallan lugar. Para sobrevivir, han de acatarse los dictámenes de las masas, que son desmontados en un plis plas con con un mero argumentacillo, pues el raciocinio, pese a los pesares, sigue laborando. Tiempos difíciles para la cordura por las elevadas temperaturas y también por esa abundancia de eslóganes que se adoptan para no cavilar; pensar por uno mismo es una rareza que suele, además, ser penalizada. Malos tiempos, pues, aunque algunos sigamos viviendo, dentro de estas extrañezas, con cordura, aferrándonos a cuanto es bueno, bello y verdadero. Nadie, en cualquier caso, nos va a robar la eternidad en la que ya moramos sin quizás saberlo; una vez que se descubre esa certeza, todo se acaba acomodando, aunque duela, aunque en apariencia esté desprovisto de sentido; todo, absolutamente todo está dotado de significación y ésa, y no otra, es la única realidad. Y, así, claro sí se puede existir.
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Sapiencia
20 julio 2022Coloridos invernales
31 enero 2017Febrero es, en apariencia, un mes insulso que a mí siempre me sabe más que otros y hasta me resulta exótico por sus coloridos y la variedad de sus eventos. Se intuye la primavera, los azules engalan los cielos, los días se alargan y la vida bulle a escondidas para sorprendernos en marzo con refulgentes destellos. Y ahora que lo pienso ni siquiera enero ha concluido aún, pero voy apresurada a cuenta de la cercanía los Oscars. Tras los Globos de Oro y las nominaciones, comienzan a extenderse alfombras rojas aquí y allá y vivo yo esta sucesión de acontecimientos con gran intensidad. El cine me apasiona tanto como la literatura; si tuviera que elegir entre uno y otro, el corazón se me desgarraría. Son tantas las pelis que quiero ver que me organizo la agenda en función de los estrenos y como los filmes en Versión Original se proyectan a horas intempestivas, hay que realinear el día a día. Queda todo relegado a un segundo plano, aunque prosiga con proyectos y trabajos. Y esta actividad deslavaza un poco los sinsabores y las frustraciones del acontecer diario, pues se sigue viviendo, enfrentándose a retos y temblando a ratos de miedo. Menos mal que mi tozudez siempre me acompaña; sin ella, nada pergeñaría y mis empeños yacerían en el polvo por aparente descuido, pues mi desidia siempre la causan los temores, esas dudas que me asaltan para descorazonarme y, en definitiva, aniquilarme. Febrero una vez más me sacará del atolladero y me recordará lo que me obceco en olvidar.
Regreso a la Eternidad
26 junio 2016Es día de elecciones, y aunque no me sean indiferentes, los escrutinios no me afectan como antaño. Saldrá lo que tenga que salir y tal vez la criatura se parezca a aquella cinta de Woody Allen, «Un final made in Hollywood», en la que el protagonista rodaba una película mientras sufría una ceguera psicosomática. Las tomas eran tan disparatadas que nadie las aceptaba y, tras el engranaje final, público y críticos le dieron la espalda. Francia, siempre a la vanguardia, consideró el film una obra maestra y salvó así al atribulado director de cine del fracaso. No sé si los franceses nos salvarán de nosotros mismos; parece improbable. Pase lo que pase, he vivido un bonito domingo: he leído, he paseado, he visitado una exposición y he votado; de camino, por cierto, cambié de opinión. Pase lo que pase, seré irremediablemente feliz, seguiré persiguiendo mis sueños con ahínco, aun los más arrumbados, y viviré en ese espacio temporal tan denostado por la supuesta actualidad: el aquí y el ahora; un lugar donde estás presente y contemplas embelesado cada detalle, pues en ese preciso instante se forja la vida, la historia y la Eternidad. Ante un bien tan preciado, todo desmerece y regresa a ese barullo en el que todos mienten para obtener el voto o la promesa de un futuro mejor. Regreso, pues, a la Eternidad.
¿Injusticia o hipocresía?
19 septiembre 2015Justicia e injusticia son vocablos muy serios que esgrimimos para nuestros fraudulentos fines y que manipulamos de tal manera que uno y otro parecieran ser lo mismo. El justo es necesariamente humilde, no tolera la opresión y sale al auxilio del afligido, pues albergamos todos iguales derechos; cuanto el hombre posee es no sólo para su disfrute, sino también para el auxilio de los desposeídos, de cuantos precisan de ropa, alimentos y cobijo. Leo con escepticismo los buenistas mensajes que invaden estos días periódicos y redes sociales; las palabras e intenciones sólo sirven si se acompañan de obras; los deseos de solidaridad y las condenas a los egoístas gobiernos que rechazan a los que huyen de la barbarie y de la pobreza son parte de la misma e insistente charada ¿Por qué en vez de lanzar diatribas contra la Unión Europea no socorremos al que tenemos al lado? Son muchos a los que amenazan todos los meses con cortes de luz y de agua, son muchos a los que sólo les alcanza para una comida diaria, son muchos los que no saben cómo apaciguar los ánimos del casero y ya se ven como mendigos. Si los que braman contra la injusticia, se ocuparan de los recibos de quienes ya conviven con la miseria, ni habría injusticia ni indigencia y los gobiernos, al estar regidos por hombres más justos, obrarían sin codicia. Es hipócrita exigir a los demás lo que uno es incapaz de hacer, por acaparar más bienes, por tener más de lo que ya posee, por disfrutar de tontunas que a poco saben y que nada llenan; los vacíos no se llenan con posesiones, se llenan con amor, con amor a uno mismo y al otro.