Archive for agosto 2012

Indolencia

18 agosto 2012

Escribo ante la indiferencia de un cielo que, aplastado por una atmósfera cargada de vapores cansinos, apenas se ha engalanado para el ocaso. Tenues grises y violetas decoran ese horizonte que se va poco a poco agotando para dar paso a una noche calurosa más, en la que se añorará la brisa y esas temperaturas más amables de días atrás. Todo está como estancado en un continuo ardor en el que la vida se ralentiza y en el que ni se esfuerza por caminar; cuesta hasta encontrar las palabras y convertirlas en música. Hay una cierta desgana y uno entiende esa apatía de algunos por la vida, ese no pensar, ese existir a base de impulsos y con ideas prestadas de los otros. La indolencia trae consigo males, muchos males, que ahora esta sociedad nuestra, siempre quejumbrosa, cosecha. La culpa es zarandeada de un lado a otro, pues nadie quiere cargar con ella y achaca cuanto acontece a éste o aquél, como si uno fuera un mero espectador al que le hubiesen vetado el acceso al escenario en el que la realidad ha desfilado ante todos mostrándose tal cual era, aunque la hayan disfrazado con costosos aderezos para evitar su desnudez y esa verdad que a algunos zahería. Lo que más asombra es que todos se consideran víctimas inocentes de un sistema, como si ellos jamás hubiesen participado del mismo, como si durante lustros hubiesen vivido en una isla desierta, ajenos a cuanto acontecía. Fuimos pocos, muy pocos, los que supimos que esto acabaría estallando de un modo u otro, de ahí que no nos sorprenda; lo que desconcierta es que a los demás les pille por sorpresa. Demasiada abstracción y poca realidad.

Se creyó que el tiempo en el que se seguían las sugerencias del sentido moral había ya pasado, que era preciso ajustar el paso al de los demás y vivir de conceptos absolutos impuestos por los de arriba. «Doctor Zhivago» de Boris Pasternak.

Frescor

12 agosto 2012

Ayer el termómetro nos dio un respiro y ya a media tarde corría una placentera brisa que me hizo saltar de alegría. Contemplé con estupor el atardecer desde la cocina. Un pintor añadió a capricho trazos rojizos, que a ratos asemejaban a tachaduras,  a los grisáceos que dominaban el cielo; nubes grises y bajas a las que unas pinceladas teñían de rubor, como frescas mejillas sonrosadas por la turbación del primer amor. El sonrojo, tras encender el horizonte, se fue sofocando hasta desaparecer y dejar sólo hiladas plomizas que pronto dieron paso a la oscuridad. Durante el día, anhelé una polvareda de gotas que se llevara consigo ese aire cálido que ya no podía tolerar o incluso una nevasca en la que los copos revolotearan  y cubrieran de blanco las calles para aturdir ese ambiente abrasador que impedía discernir. No pude anoche refugiarme en ese sueño profundo que anhelaba, en esa música que relaja y expulsa a los ruidos que se van posando en el alma, que envuelve todo en un silencio en el que las palabras tienen otro peso. No son ya alocadas, sino que resaltan esa realidad que se rasga para mostrar una luz insospechada que alumbra la existencia de una manera asombrosa, de suerte que cuanto nos rodea, aun aquello que aborrecemos, resulta hermoso y uno aprecia hasta el más sutil de los detalles. La vida mora, haya jardines o asfalto, desde siempre en la eternidad, donde no tienen cabida ni el tiempo ni el espacio, donde la Belleza esplende sólo para recrearnos la vista y hacernos más dulce la espera. Hallo en estas líneas el sosiego del que las pocas horas de sueño me despojaron. Sólo me resta prepararme para esa comida que mi hermano ha cocinado para mí y encontrar el modo de publicar esta entrada, pues la conexión a Internet cada día se me resiste más.

Ventura

10 agosto 2012

Escribo esta entrada en la cafetería del taller del concesionario. Fui postponiendo la necesaria revisión hasta que ayer, gracias a los emolumentos que obtuve por las ventas de «Carta a Hedda y algunos cuentos» durante el último mes y medio, me hice con la cantidad que exigía la concienzuda exploración de mi diminuto utilitario; me han solicitado más ejemplares en una de las librerías. El calor me impidió descansar, pese a los dos ventiladores que aligeraron la pesada atmósfera del dormitorio. Aún no logro dominarlos: amanezco sudorosa y con dolor de garganta. Estoy contenta y a pesar de este sofocante día y de lo vivido días atrás, abrazo mi destino con pasión y percibo cómo la intensidad de la vida me recorre de arriba abajo y se posa aquí y allá; de vez en cuando me aprieta el corazón y éste se acelera con emoción, con el deseo de alcanzar esas dádivas que sé que me aguardan en un horizonte fragante y repleto de pétalos de rosas. Tengo una rosa en casa, robada de un hermoso jardín; sé que pronto morirá, pero su presencia embellece este descuidado piso en el que el dolor y la suciedad campaban a sus anchas cuando aparecí por aquí hace más de una semana. Tan pronto posé en el suelo mis baqueteados enseres, me tambaleé y creí durante unos instantes que sería incapaz de soportarlo. Sin embargo, me encuentro a gusto y parece que los temores que me suscitaba la incertidumbre del futuro se van disipando. Vivo el momento y lo disfruto; me encanta hacerlo. Hay en mi ánimo serenidad, gozo, comprensión y un amor por todo lo creado, hasta por lo que hiere. Me he topado, además, con almas generosas, con pequeños y grandes gestos que me recuerdan que hay gente que da a cambio de nada y que, llegado el caso, se sacrifican en aras de favorecer al otro. Ellos también son bienaventurados.

P.D.: Nuevas ventas: seis libros en Alicante. Una amiga que vive cerca de Murcia está empeñada en buscarme un punto de venta en la ciudad. Pasaré unos días en su casa, en octubre, y me llevaré una docenita de ejemplares bajo el brazo. Si a alguien se le ocurre alguna…

Bienaventurados

6 agosto 2012

No hace mucho clamaba yo por justicia y ésta, aunque de una forma tímida, va asomando. Cuando uno busca su bienestar a costa de pisotear al otro acaba encontrando el mal y esos idílicos planes que había ideado se convierten en una suerte de pesadilla. Ni siquiera entienden el porqué de tanto malestar, de tanto contratiempo. Desconocen esa ley universal que evita el triunfo de los proyectos emponzoñados de maldad. A veces parecen salirse con la suya, pero sólo es durante un rato; tarde o temprano, el castigo recae sobre quienes doblegan al prójimo y persiguen con ahínco la injusticia con tal de alcanzar sus fines. He descubierto en estos días más pausados, en los que ya la mente discurre con sosiego, más desmanes y algunos me han encogido el corazón; nunca creí que los míos pudieran llegar tan lejos en su afán por procurarse una existencia más placentera. Las contracturas que me afligen apenas me permiten hacer nada,  todo es mareo y nausea. El dolor, cuando es muy grande, todo lo envuelve y en sus momentos álgidos te impide hasta discernir…, y ya no puedo permitirme el lujo de un masaje. Estos días frescos son muy agradables y hoy escribo con jersey frente a la ventana abierta. Anoche, pese al frío, encendí el ventilador y lo castigué de cara a la pared para que sus aires no me rozaran y para conciliar el sueño. Con ese runrún de fondo se enmascaran los portazos del vecino, la bajada de persianas a las dos de la madrugada y esos muebles que parecen danzar por el piso de arriba pasada la medianoche. Poco a poco, voy haciéndome a la nueva morada. Incluso he encontrado muy cerquita una buena frutería que permanecerá abierta durante el mes de agosto. Para ir al supermercado preciso de coche, pues el peso, aunque se trate de dos miserables cajas de leche, me descoyunta. Seguimos confiando en un futuro mejor, en sabores distintos y, aunque el presente tenga, como siempre, primacía, en perderse en ese porvenir que uno quiere intuir bello y venturoso.

Envidiable es la suerte de los humillados; ellos tienen algo que contar de sí mismos. Todo lo tienen ante sí. Boris Pasternak.