Vocación

Esta mañana me he dedicado a prepapar la documentación para un concurso de novela al que voy a presentarme en breve. Le he enviado a C., a quien mencioné en Bálsamo, el manuscrito; ella se ofreció a imprimírmelo para ahorrarme gastos. Luego, no sé por qué, he estado pensando en Nueva York. Es una ciudad a la que estoy afectivamente vinculada, a  ella  he escapado tantas veces… , y un lugar en el que, pese a que las huidas no suelen traer precisamente un pan debajo del brazo, he vivido experiencias inolvidables que han marcado el curso de mi existencia y donde, a pesar de la hostilidad de la urbe, me he sentido muy acogida. Allí deseché finalmente la posibilidad, largamente acariciada, de convertirme en actriz pese a contar con un agente y una propuesta de trabajo. Comprobé que tenía talento y eso me bastó. Supe, dada mi debilidad, que esa vida me hubiera llevado al abismo ( uno conoce mejor que nadie sus limitaciones). Los actores, al igual que el resto de los artistas, necesitan expresarse más que los demás y eso yo lo he logrado con creces a través de la escritura; y aunque ésta haya venido muchos años después, la  prefiero mil veces a la actuación. De hecho, un lustro más tarde, y también en la ciudad que nunca duerme, tuve la oportunidad de participar en una película. Aunque sólo  decía dos frases,  mi pequeña aparición me supuso levantarme a las cuatro de la madrugada en domingo y permanecer en el rodaje hasta las dos de la tarde. La experiencia fue muy enriquecedora: me abrió los ojos hacia el mundo del celuloide; a partir de ese momento, no me interesó más que como espectadora. Luego, más adelante, descubriría la escritura ( ya la conocía, pero la utilizaba solamente para desahogarme); y ya no la cambio por nada, por nada. Trabajo en casa, mi delicado cutis no sufre los estragos de los focos y el maquillaje, no tengo que hacerme la cirugía plástica ni preocuparme de los« papparazi».