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Luces y farsas

8 enero 2013

Las cuestiones que suscita el existir son osadas y descaradas pues sólo prestamos atención a lo que provoca, a lo que enfurece, a lo que trastoca los endiablados planes que suelen ir cargados de pólvora y explotar como los petardos en el momento más inesperado, en el que acariciábamos la siesta o la modorra, para encresparnos y sacarnos de ese sopor en el que de un tiempo a esta parte nos hemos instalado, en el que hasta recurrimos a la tecnología para dar el pésame a un amigo o para recordar su onomásticaresaca emocional. Nos hemos convertido en robots programados que felicitan las Pascuas a diestro y siniestro y envían mensajes cargados de buenos deseos que sólo se quedan en intenciones, y es sabido que no cuentan sino los hechos. Esas palabras bonitas sin la compañía de un sincero deseo de bien suenan como el hilo musical de las salas de espera, prescindible y anodino sobre todo para los amantes del silencio. Las Navidades con sus luces y sus brillantes espumillones resaltan más las miserias que nos adornan, como el carbón que los Reyes Magos traen a los niños malos y que en los estantes de las confiterías se codean con delicias más coloridas. Si no hubiese oscuridad, no apreciaríamos la luz; si no hubiese fealdad, la belleza no seduciría. Es más que un semblante hermoso, es una mirada limpia, un anhelo de amar y de servir, un ansia de bien, de bien en abundancia que cubra la tierra entera; no sirven la cirugía ni el bótox ni esos saludos huecos en los que no hay alma, en los que la vida se ha ido perdiendo por las alcantarillas de esta farsa en la que todos participamos. Al menos, aunque el tiempo navideño no haya aún concluido, uno ya se ha liberado de esa vacuidad, de ese aluvión de parabienes por todo y por nada; un alivio para el espíritu que precisa para nutrirse de alimentos más sustanciosos, de guisos bien condimentados. Sin embargo, buscamos respuestas en parajes pintorescos donde uno no se aprovisiona más que de un poco de oxígeno que se agota en dos o tres parrafadas; quizá también temamos interrogarnos sobre los abismos del alma por miedo a ver un reflejo real, y no amañado, de lo que somos. Uno, si no tuviera esperanza, acabaría tirándose de los pelos ante tanta necedad, ante esa gran mentira que todo lo mancha. Menos mal que hay belleza y esperanza en abundancia, menos mal.