Cielos cenizos

Días frescos en los que el viento corre presuroso y en los que las lluvias salpican de vez en cuando los campos. Ayer me di un largo paseo y en el camino me sorprendió un aguacero; mi sombrero de «cowboy» me resguardaba de esas gruesas gotas que caían un poco atropelladas, al igual que mis pensamientos. Aun así, continué y llegué hasta uno de los pueblos cercanos; deseaba empaparme de frescor. Paré en un estanco en el que venden un poco de todo; compré agua y pipas. El dueño, que ya me conoce, me dio una bolsa enorme para cubrirme la cabeza; el cielo cenizo hacía presagiar lo peor. En vez de atajar, como en otras ocasiones, me decanté por el camino más largo; necesitaba agotarme para descansar sin tranquilizantes. No lo logré, sin embargo. Son tantas las emociones que ando medio enfebrecida y a veces brotan risas y a ratos llantos. Estoy más tranquila y parece que la ansiedad y el pánico de ayer se han apiadado de mí. Este proyecto mío parece dispuesto a acabar conmigo; seguiré adelante, aunque me tiemblen las piernas, aunque los titubeos, conociendo mi flaqueza, traten de apropiarse de mi ánimo y de ese hálito que a veces se desvanece entre los nubarrones, como si deseara evaporarse para evitarme un escenario al que tendré que salir tarde o temprano, el mismo que llevo años esquivando. Todos mis intentos por malograrlo han sido en vano; sigue adelante, pese a los miedos que, con frecuencia, me convierten en un guiñapo. Otros días exulto, pero al llegar la noche, los nervios se apoderan de cada fibra de mi cuerpo y, al final, enciendo la luz, abro el cajón de la mesilla y me pongo bajo la lengua esa amarga pastilla que me libera durante unas horas de temblores y me regala, a cambio, extraños sueños. Al despertar, vuelve el remusgillo, aunque mañana, creo, será mejor; he notado una sensible mejoría.

P.D.: Todas las oraciones son bienvenidas.