Y el día fue soleado y dejó bonitas estampas y mucha paz en el corazón; un paseo sosegado por la campiña obra milagros. Me he empapado de ese verde que ya cubre campos con espesos y bellísimos mantos. Me he adentrado también en terrenos pantanosos y me he embarrado, por ello, de arriba abajo; conforme ascendía por una colina que conducía a un lugar del pasado, me hundía más y más en el fango. Luego de vuelta al sendero firme y hermoso, al que nunca debí de abandonar, me he ido limpiando con hierbas silvestres. Y ese embarrarme me ha curado las nostalgias, pues algo mejor siempre aguarda, pero la impaciencia del momento ciega y me hace ver todo del revés. Tras ese fundirme con el paisaje, vuelvo a ser yo misma, a pensar con cordura y a contemplar la vida en su justa medida; sigo, claro, sin entender casi nada, pero no es una cuestión de razonamientos esto del vivir, sino de sentir lo que a cada instante concierne. Y si toca llorar, se llora; y si toca enrabietarse, uno da, si procede, patadas en el aire. Así se vive, día a día, momento a momento, sin mayores pretensiones. Abarcar más del preciso instante le sume a uno en un pozo de angustia y a ese lugar he decidido yo jamás retornar; esos retornos son inservibles para el cuerpo y para el alma.
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