Los fríos nocturnos obligan a abrigarse mucho y anoche, mientras dormía, me destapé para amanecer con tiritona y con una bonita inflamación de garganta. Por lo demás, noviembre sigue su curso: la vida se conduce con más suavidad y los sustos se han desvanecido al fin. Cuando noviembre comienza, mi mente se arrellana y se inventa a ratos otra vida en la que en octubre y noviembre, y quizá también en diciembre, resida yo de forma obligada en la Gran Manzana. Son los meses idóneos para pulular por sus calles, para visitar museos, para asistir a conciertos y para celebrar Acción de Gracias. De momento, estamos aquí y aquí también se está bien con las medias de lana, la bufanda, la mantita sobre las piernas y el caldo de pollo. El sol sigue regalando bellas estampas y si se tiene la dicha de pasear al mediodía, los esplendores otoñales se contemplan de forma tan vívida que la hermosura de la Creación sobrecoge; conmueve que alguien se afanara en obsequiarnos con un mundo tan bello, tan lleno de detalles y pinceladas que no hacen sino desvelar el temperamento bondadoso y esteta de ese Creador que disfrutó diseñando el lugar ideal para que los hombres habitásemos, de así desearlo, en el Paraíso. Y así vivo yo hoy el día de hoy, en un Paraíso de paz y belleza.
20 noviembre 2017 a las 10:08 |
El paraíso.. todos los sitios, todos los momentos, tienen su belleza.. solo hay que pararse y saberlos mirar. Besos Zambu!!! :-*
20 noviembre 2017 a las 21:12 |
Lo que nos diferencia es siempre la mirada. Un abrazo, Inspi.