Atempero el frío con un caldito mientras saboreo un ratito de descanso. Son días intensos, de muchos trajines, de ires y venires sin resuello; pareciera que el fin del mundo se avecinara y hubiera de resolver en pocos días el resto de mi existencia. Y hay que afrontar asuntos, pero sin ser vapuleada por un torbellino de quehaceres que, a diferencia de los que perpetro a diario, son enojosos y aun estrafalarios. La vida depara situaciones insospechadas que avasallan por desconocimiento. Una vez analizadas con sosiego, los ribetes cotidianos se imponen para devolverme el sentido de la realidad, que sigue conmoviendo si dejo a mi mente reposar; me deleito entonces con un baile de hojas, con festones de nubes, con ramas desnudas de fronda y vestidas de poesía, con un pisto sonrojado en el último momento con los pocos tomates que ya van regalando las huertas. Y mientras revuelvo los ingredientes y voy añadiendo un poco de rojo o un poco de verde, hasta que los colores y sabores adquieren la textura precisa, gime el piano con el romanticismo nostálgico de Rachmaninov. Y en ese preciso instante, nada perturba el ánimo. Nada ni nadie pueden robarme ese momento que ya jamás viviré, pero que mientras existió me rodeó con brazos maternales.
19 noviembre 2017 a las 13:14 |
¡Qué bonito lo que escribes, Nuria! Siempre es un placer regresar a este maravilloso rinconcito después de tanto tiempo…
Un abrazo enorme
19 noviembre 2017 a las 22:19 |
Gracias, princesa. También yo recalé en el tuyo, poeta. Bienvenida seas.