Nada está bajo control, absolutamente nada y, sin embargo, cuesta aceptarlo cuando aquello que nos sustenta se nos escapa una y otra vez. Cuando la sensación es real y no imaginaria y se sucede a lo largo de meses, es fácil caer en el desconsuelo. Y eso me ha sucedido a mí hoy, desde que amanecí agotada, con un montón de tareas pendientes y con el deseo, además, de abordarlas; me apasiona lo que hago, aunque haya tareas engorrososas que uno postpondría hasta el fin de los tiempos. Son aquéllas, por ello, las que antes emprendo; la pereza no casa conmigo y ni siquiera la comprendo. Eso de vivir en una eterna holganza, de procrastinar lo que se puede hoy resolver no casa conmigo. Soy hiperactiva, así que tiene su lógica; me gusta, por añadidura, cumplir con mis obligaciones. Es cierto que me permito asuetos y que los disfruto tanto o más que la mayoría, pero de ahí a que la existencia se convierta en ociosidad por imposibilidad, por no contar con los medios necesarios para desarrollar el trabajo, por vivir en un ambiente en el que se suceden los ruidos, hay un trecho lo suficientemente alargado como para socavarle a uno los cimientos; los constantes zumbidos alelan y te convierten, de no ponerle remedio, en un vegetal. Hago lo imposible por adaptarme a mis circunstancias, pero hay días, como hoy, en los que todo se viene abajo, en los que se derraman lágrimas de impotencia, en los que se desea dormir para siempre el sueño de los justos.
20 marzo 2016 a las 12:37 |
Como suele decirse hay días que es mejor no levantarse, lo malo está cuando no podemos tampoco permanecer en la cama…….
Un Abrazo querida Nuria 🙂 .
26 marzo 2016 a las 19:49 |
El no poder permanecer en la cama puede ser también una bendición, Joaquín. Las cosas cambian en función del cristal con el que se miren. 😉
25 marzo 2016 a las 15:32 |
A veces dan ganas de quedarse acostado y dormir seis meses… pero hay que seguir
26 marzo 2016 a las 19:49 |
Sí, sí, sí. Siempre seguir hacia adelante. Siempre.