Descubrimientos de una escritora novata

Estos días he estado arrepintiéndome de la publicación de «Carta a Hedda y algunos cuentos». Es en esta clase de circunstancias cuando uno ve con claridad quién lo aprecia y quién finge hacerlo; he descubierto cosas que habría preferido desconocer y he ido de berrinche en berrinche. Ayer creí reventar y lo hice: he amanecido retorcida como un sarmiento y con terribles dolores. He optado por no seguir tirando del hilo a fin de no descubrir más destrozos y por no enfrentarme a los que de un tiempo a esta parte han convertido mi vida, a cuenta del libro, en una pesadilla. Allá ellos. Leía en algún sitio que las personas más peligrosas son las mentirosas y es cierto: el poder destructivo de la mentira es inmenso. Parecemos empeñados en camuflar nuestras carencias a toda costa o en servirnos de aquello que sabemos que no es verdad para lavar esa imagen que nos obcecamos en transmitir, aun cuando poco tenga que ver con lo que somos, aun cuando seamos mejores que ese personaje que nos inventamos para encarar un mundo al que queremos conquistar con lisonjas y con promesas que raras veces cumplimos y de cuya autoría renegamos; así nos vamos enrocando en una mentira que va creciendo día a día y de la que ni sabemos ya cómo salir. Frente a las malas artes, nada puedo y, después de estos días, ni intentarlo quiero. Duele, pero no puedo pretender que los demás se comporten cómo yo deseo. Las decepciones forman parte del día a día y la mentira también, así que más me vale aprender a sobrellevarlas. Ya no me vuelvo a enfadar pues los daños que me provocan los disgustos acaban destruyéndome. Seguiré haciendo las cosas lo mejor que pueda, pese a todos, y dejaré de defender mi postura, pese a que la razón me acompañe.  De poco sirven los alegatos; es mejor que sea el tiempo, tan sabio y comedido, el que vaya poco a poco desvelando la verdadera naturaleza de las cosas y de las personas. Es mejor no forzar los tiempos ni quitar disfraces; he decidido no enfangarme en un mundo en el que no quiero habitar y donde si a veces me cuelo por descuido, procuro abandonar para evitar que sus miserias acaben llevándose consigo esa esperanza que aún cultivo y la confianza en que lo mejor está por llegar.