Encarcelada

El martes, agotada por una noche de nervios y de poco descanso, me enfrenté como pude a una jornada repleta de quehaceres y emociones que aún me sigue pasando factura. He amanecido con angustia e incluso me ha parecido sentir el comienzo de un ataque de pánico, así que lo he dejado todo para evitar mayores daños. No logro sacar a esta mente mía de esta cárcel en la que ella sola se ha encerrado; unas pocas horas bastaron para apresarla. Sabía que el precio a pagar por este proyecto en el que ando inmersa iba a ser alto, de ahí mis recelos iniciales, pero una vez aceptado el coste y tomada la decisión, no puedo sino seguir adelante, pese a que la cabecita se sature y se bloquee a cada rato a causa de esa hiperactividad que, en cuanto bajo la guardia, me roba los bríos y me deja exangüe. He recurrido a todos mis remedios para aprovisionarme de sosiego, pero sólo parecen funcionar durante breves lapsos de tiempo; el agua del aljibe no ha sido suficiente. Tengo los nervios a flor de piel y todo el cuerpo contracturado, aunque noto, según escribo estas líneas, cómo los hombros se van relajando. Siempre he sido consciente de mi fragilidad, aunque en estos días me esté asustando. El acontecimiento es de tal envergadura que va a cambiar, de seguro, el rumbo de mis días hasta el punto de convertir esas sombras oscuras y tristes que durante años se pasearon por mi mente en rayos de sol, como aquellos que alumbran todavía retazos del pasado, cuando uno se tumbaba frente al mar y sólo le llegaban murmullos con voz sedante.

P.D.: Las oraciones me son ahora muy necesarias. Me atrevería también a pedir que evitéis los consejos en vuestros comentarios. Gracias mil.